¿Te has fijado en ese que camina con la frente en alto y
luego sin darse cuenta sigue su camino pero cabizbajo? Ese puedo ser yo, ese
puedes ser tú, o quien sabe si ya ambos lo somos.
Utilizamos el aliento sin un fervor determinado, lo usamos
como algo inigualable sin darnos cuenta que ya no hay motivos para seguir y por
lo tanto ya no respiramos.
La carne y su tiempo de caducidad, tiene un tiempo de vida tan exacta como el de un
sentimiento puro delante de una mentira, tan oblicua como el despertar de una
duda dentro de un corazón noble, tan marchito como las flores que le dejaste a
quien amaste en el cementerio.
En toda esquina habitable puedes encontrar uno, son fáciles
de distinguir, todos miran con los mismos ojos grises, el sol no les afecta y
su refugio no es la noche, es su propio corazón sin motivos de latir.
Hace mucho perdí el deseo de ser moral, la inmoralidad se ha
hecho de todas lujurias la más hermosa, creo que dentro de mi propio espacio el
ser moral es un pecado, puede ser que todo lo que hago, digo o escucho sea
inmoral o esté tratando de ser moral pero, ya no me importa.
Desde el menospreciado vapor que sale desde mi boca en las
noches frías, hasta el humo de mi piel que realmente ya no sé porque se quema,
creo que es de los pocos instintos que aun conservo pero olvidé explicar, aun
tengo la lengua húmeda, que lastima, eso significa que a otra persona mas puedo
escupir con pizcas de mi maldad.
Somos de esos cuerpos olvidados en ríos donde nadie nos
buscaría, de esos cuerpos que se pueden tocar sin sentir calor, de esos que se
pueden abrazar y conservan su aliento, de esos cuerpos que caminan sin un
rumbo, de esos cuerpos que sonríen con
las manos y agradecen con la espalda.
Soy de esos que una vez caminó con firmeza y juró ser fiel a
una idea, de esos que ofrecieron su vida por una verdad y la cambiaron por
migajas de mentiras piadosas, de esos que se aferraron al frio pecho de la
vergüenza de saber que todo por lo que lucharon nunca fue divino como la
pintura al final del pasillo.
Fui de aquellos que siempre dieron la cara y que con ojos
llorosos se alzaba aun sin fuerzas, de los que nunca dio su brazo a torcer
aunque ya estuviera roto.
Soy como tu, un fantasma de carne que ya se cansó de
caminar, que busca de forma solemne su humilde morada o simplemente otro cuerpo
que pueda abrazar, considero que ese anhelo de sentir otra vez es de lo poco que me hace
abrir mis labios y pronunciar palabras aunque, desde un punto de vista más apegado de mi, considero más observar que
hablar, hablar es un estimulo, observar es un arte, un arte que hace mucho
perdí para ti.
El origen de la tragedia no es más que una prueba de fe en
nuestra sangre, para darnos cuenta de que lo más necesitamos es de nosotros
mismos es la razón y no una razón cualquiera, la razón de ser nosotros mismos...
¡Para siempre!
Dedicado a mí hermano Rafi Báez.